sábado, 24 de febrero de 2024

Lo que hemos perdido o estamos perdiendo como humanidad

  LO QUE HEMOS PERDIDO O ESTAMOS PERDIENDO COMO HUMANIDAD Y UNAS SUCINTAS Y LIGERAS REFLEXIONES SOBRE LO QUE LLEVAMOS, PERDEMOS EN EL CAMINO Y SOMOS CAPACES DE VALORAR EN NUESTRAS VIDAS


Por: Víctor Montero Cam (vmontero@pucp.edu.pe)

Filósofo neoestoico y educador holístico peruano



Hoy sábado 24 de febrero de 2024 grabé un video -un transmisión en vivo en Facebook de 10 minutos para ser precisos- en el parque Mariscal Cáceres de San Miguel, pero quería hacer dos observaciones sobre lo que me parece que hemos perdido o ya estamos poco a poco perdiendo. Y, definitivamente, considero que esas pérdidas son grandes y que cualquier éxito económico o avance científico-tecnológico no nos compensa en absoluto por ello. Lo único que haría es demostrar que nuestra involución espiritual, con la supremacía de la racionalidad instrumental, sigue su curso implacable.

Me encantó observar a una joven "especial" que almorzaba apacible y alegremente dentro de un sector del parque, en el césped de la intersección de la Avenida Insurgentes con La Marina. ¿Cuántos somos capaces de disfrutar tanto como ella, de esa inocente alegría y de esa serenidad natural con que comía sin apuro pero con determinación cada uno de sus alimentos? Con la fast food, con las cargas laborales y con los rígidos horarios de oficina, lo que la joven hacía se ha convertido en un lujo y en un privilegio en toda ley.

Lo segundo que presencié hoy me ocurrió a la altura de la cuadra 23 de la avenida La Paz en el distrito de La Perla. Pasaba yo cargando mis bultos de compras del supermercado y una señora de casi 80 años tuvo la gentileza y amabilidad de disculparse porque yo no podría pasar por la vereda frente a su casa. Han colocado un andamio de varios niveles que ocupa varios metros de la vereda, ya que están terminando de construir -al parecer- el tercer y cuarto piso de su vivienda. Ante un gesto tan espontáneo y de -literalmente- tanta cordialidad, solo atiné a mirarla con un gesto ternura, admiración, respeto y gratitud y a decirle que -mientras pasaba por el lado libre de la pista- que estaba muy bien que estuviera terminando de construir su casa, que la felicitaba por ello. ¡Cuánta gentileza y consideración sentí en el alma de esa señora! Su presencia me transmitía sinceridad, respeto, dignidad, un aire de tiempos pasados, cuando el ser humano, kantianamente sí era tenido como fin en sí mismo, me dije para mí.

A veces cuando hago caminatas largas interdistritales, observo muy detenidamente las cosas y a las personas. Algunas pocas veces entablo una conversación o diálogo. Algunas otras veces, suelo observar algo que llama poderosamente mi atención y lo recojo para llevármelo como recuerdo o trofeo de guerra a mi casa. En esta oportunidad, recogí tres objetos, pero uno se me cayó en algún momento en el camino y los otros dos sí llegaron conmigo a casa :). Primero recogí una especie de sobre blanco grande de cartón algo grueso que, como no entraba del todo en la bolsa resistente que era de mi suegrita (la mamá de Rosalbita) terminó cayéndose por no sé donde. El segundo objeto lo recogí cerca al Spa Mythos por la avenida La Marina, cerca al Instituto de Educación Superior Tecnológico Público (IESTP “María Rosario Araoz Pinto”, se trataba de una especie de aguja o filamento de metal de unos 3 cm aproximadamente. Por último, ya casi llegando a mi casa, en la avenida La Paz, frente al colegio militar Leoncio Prado, me encontré un desgastado aromatizador de fresa que usan en los carros para perfumar el interior con su agradable aroma.

La pérdida imprevista en el camino del sobre blanco que había recogido a pocos metros de donde vivía en Jr. Coropuna 161 en San Miguel (a la altura de la cuadra 3 de la avenida Faucett cerca a un grifo) me hizo reflexionar que a veces no podemos cargar con todo; algo se quedará y se perderá en el camino. Y ni siquiera nos daremos cuenta que lo perdimos en el momento, hasta después de hacer cuentas, de llevar un balance detallado, minucioso.

Por otro lado, también llegué a la conclusión de que con los objetos y asuntos delicados hay que tener mucho cuidado, pues son frágiles y se dañan con facilidad y hay que transportarlos y cuidar que viajen en las mejores condiciones de conservación. Transportaba unas paltas maduras en una bolsa de plástico transparente. Como me concentré muchísimo en cuidar que esta vez las paltas no se chancarán, logré que llegarán sanas y salvas, pero como también había comprado plátanos y no pensé que estos también necesitaban transportarse con mucho cuidado, estos llegarán bastante aplastados.

Aún están comestibles, pero por cuidar las muy frágiles paltas, los plátanos (ya maduros) terminaron por sufrir las consecuencias de mi descuido por protegerlos más y colocarlos en otra bolsa, en un lugar separado de objetos más pesados que los terminaron chancando con los roces y golpes de mi viaje en bus y a pie. Parece que las papas, los camotes y las cebollas, por ser productos más duros y resistentes, terminaron por golpear las cáscaras y malograr ciertas partes del interior de los plátanos. Además, el excesivo calor de la temperatura ambiental tampoco ayudó a que llegasen en mejores condiciones.

Creo que hoy por la noche le pediré a mi esposa Rosalbita que haga un nutritivo batido con los plátanos más estropeados a fin de que obtengan un mejor uso y no se desperdicien del todo. Les cuento que acabo de comerme ya, retirando una parte demasiado chancada, uno de los 7 plátanos que compré en un supermercado en Carmen de la Legua y Reynoso en el Callao.